Queridos hermanos y hermanas,
Está Semana Santa, se encuentra la Iglesia una vez más con el Señor, entrando en Jerusalén, en el Cenáculo, en Getsemaní, a lo largo del Camino de la Cruz, en el Calvario y, muy temprano en la mañana, en la tumba vacía.
En estos días estamos invitados a hacer nuestro el viaje del Señor, a estar con Él y los discípulos a lo largo de su camino. Mirando a ellos, sobre quienes Jesús estableció la Iglesia, vemos en los doce un grupo variopinto que no sería muy diferente de nosotros. Tan cerca como estaban de Jesús, los discípulos no entendían lo que estaba sucediendo o la importancia de esos eventos.
Mientras lavaba sus pies y compartía con ellos el pan y el vino que era su cuerpo y su sangre, todavía no podían comprender el trabajo que Dios estaba realizando en medio de ellos. Mientras huían de su lado, temerosos de los que habían arrestado y torturado al Señor, poco entendieron. La Cruz les pareció la última derrota del uno que ellos esperaban fuera el Mesías.
Incluso a la vista de la tumba vacía y su aparición en el jardín, en el Cenáculo y en el camino a Emaús, los discípulos eran, como Jesús declaró, “necios” y “qué lentos son sus corazones para creer”. Sin embargo, estos eran los mismos arquitectos de la fe que nos ha sido transmitida de generación en generación.
Llegaron a creer y comprender no solo los eventos que ocurrieron, sino también las palabras del Señor. Y somos receptores de esa misma fe y de la vida cristiana que continúa inspirada por el misterio de la Resurrección. Sabemos que Cristo murió y que resucitó de entre los muertos, para morir jamás.
El Señor Jesús nos invita en esta Semana Santa a entrar en el misterio de Su muerte y resurrección, como lo enseñó San Pablo a Timoteo. Esta palabra es digna de confianza. “Si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2 Timoteo 2: 11).
La Pascua para nosotros, entonces, está llena de una esperanza que no puede ser disminuida, sin importar las injusticias que muchos aún experimentan, la falta de amor, compasión y misericordia en nuestro mundo, todavía se manifiesta en la pobreza, la violencia, la guerra, el terrorismo e incluso en la muerte de inocentes. Sin embargo, frente a todas las tragedias que aquejan a la humanidad en este siglo XXI y todas las derrotas personales que hemos experimentado, sabemos, por nuestra fe, que Cristo ha vencido al pecado y la muerte y comparte con nosotros la novedad de la vida.
Mi oración para ustedes esta semana, es, que cada uno de nosotros sea el rostro radiante de Cristo, porque ha prometido que siempre estará con nosotros, para darnos esperanza y para llamar a cada uno de nosotros a resucitar con él.
Con mis mejores deseos y bendiciones.
Sinceramente de ustedes,
Patrick J. McGrath
Obispo de San José