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Una Carta a los Fieles de la Diócesis de San José 
Día del Trabajo 2020

Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,

Este fin de semana del Día del Trabajo, en el que los americanos tradicionalmente descansamos del trabajo y pasamos tiempo con nuestros familiares y amigos, deseo compartirles unos pensamientos. Quiero reflexionar, junto con ustedes, sobre el Día del Señor y su enfoque en la adoración, el descanso y la solidaridad, así como en nuestro llamado bautismal a vivir como colaboradores de Dios al edificar el Reino de Dios a través del trabajo de nuestras manos, mente, y espíritu.

Estamos a medio año de que empezó la pandemia del virus COVID19. Posiblemente enfrentaremos otro medio año de distanciamiento social- aislados de nuestras comunidades. Incluso mientras los científicos y los médicos buscan una vacuna y una cura para el virus, continuamos orando por el fin de esta pandemia la cual ha causado un sufrimiento inmenso en todo el mundo.

La Dignidad del Trabajo

Hemos lamentado junto con millones de americanos, y el mundo entero, que han perdido sus trabajos durante esta pandemia. No solo se han perdido los ingresos, sino que los sueños se han hecho pedazos, las pequeñas empresas se han cerrado, y el optimismo ha disminuido. Para muchos, el sentido de propósito parece difícil de alcanzar.

Mientras es cierto que el trabajo es necesario para apoyar económicamente a nuestras familias, para mantener nuestras redes sociales, y para construir un sentido de propósito y contribución a la sociedad- es justo decir que un trabajo nunca nos debe definir. Por otro lado, el trabajo (a diferencia de un empleo), expresa e incluso construye nuestro carácter, quiénes somos. El trabajo es una expresión importante de quiénes somos como seres humanos. Y para los que somos bautizados, reconocemos nuestra labor, tanto dentro como fuera de la casa, como la propia invitación de Dios para construir el Reino. Nuestro trabajo humano es una participación en el trabajo creativo de Dios.

El Papa Francisco nos dice, “Estamos llamados al trabajo desde nuestra creación… El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal” (Laudato Si’ 128).  Además, nos dice que “Jesús trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla que no despertaba admiración alguna: ‘¿No es este el carpintero, el hijo de María’ (Mc 6,3)” (LS 98)?

El Papa Francisco recalca la enseñanza Católica de que el trabajo no solo contribuye a la satisfacción personal, sino incluso a nuestra propia redención. Afirma, “Así santificó el trabajo y le otorgó un peculiar valor para nuestra maduración. San Juan Pablo II enseñaba que, ‘soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad’”(LS 98).  Siempre que hacemos la voluntad de Dios, participamos en la obra redentora de Dios para toda la humanidad. Nos alienta pensar que cada acción nuestra, ya sea el cuidado de niños o de mayores, el cuidado de la familia y del hogar, el contribuir a las buenas obras de pequeñas o grandes empresas, es una forma de participar en la Redención que se consiguió por medio de Cristo.  Nuestro trabajo es el trabajo de Dios por la vida del mundo entero.

San Juan Pablo II escribió que el trabajo es como participar y continuar la obra de la creación de Dios, así como una actividad que es esencial para la humanidad. “El trabajo es un bien del hombre —es un bien de su humanidad—, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido ‘se hace más hombre’” (Laborem Exercens 9.3).

El Trabajo durante la Pandemia

Es posible que se esté preguntando: “Si el trabajo es tan importante para nuestra dignidad y desarrollo humano, e incluso para la redención, ¿qué decimos acerca de tantas personas que han perdido el trabajo debido a la pandemia?” Es una pregunta muy legítima. Anteriormente distinguí entre el trabajo y el empleo. Lo hice por una razón imporante. Realizamos trabajo importante fuera de nuestro empleo. ¡Las parejas casadas me han dicho innumerables veces que el matrimonio requiere trabajo! Criar hijos requiere trabajo. Cuidar a los ancianos frágiles o a los miembros de la familia con enfermedades crónicas requiere trabajo. Cuando nos acercamos a otros en caridad, nos referimos a estas acciones en la tradición Cristiana como “Obras Espirituales de Misericordia” u “Obras Corporales de Misericordia.”  El trabajo de la humanidad va mucho más allá del empleo y de lo que hacemos en un trabajo.

El trabajo que hacemos durante esta pandemia ciertamente requiere una transición, un cambio de perspectiva y de enfoque. En nuestras familias, estamos llamados a atender a los miembros de nuestra familia, ¡a trabajar en construír esas relaciones que son tan importantes para nosotros! Como discípulos de Cristo, también reconocemos que nuestra familia incluye hermanos y hermanas de “toda raza, lengua, pueblo y nación” (Ap 5: 9): somos los guardianes de nuestro prójimo. En esta pandemia, cuando debemos estar físicamente separados de los demás, estamos llamados a acercarnos a ellos de maneras quizás nuevas y creativas: una llamada telefónica a un vecino, o un pariente, o un feligrés que vive solo; una charla virtual con seres queridos o con otros feligreses nos puede ayudar a disipar el aislamiento que nos asola en esta pandemia. Las Obras Espirituales de Misericordia implican instruir, aconsejar, y consolar, así como perdonar y soportar los males con paciencia. Siendo alguien que creció en una casa con ocho hermanos, ¡las obras espirituales de misericordia me suenan como un resumen de la vida familiar! Una de las Obras de Misericordia Corporales es visitar a los presos. Son muchos los que están “encarcelados” en sus hogares por su edad o estado de salud. ¿Podemos hacerles una visita virtual? ¿Una llamada telefónica? ¿Hacerle el mandado, dejarle comida, cuidarle el jardín?

Muchos de nuestra comunidad se han ofrecido como voluntarios con Caridades Católicas en la distribución de alimentos en varias de nuestras parroquias. Algunos de nuestros grupos juveniles se han organizado para ofrecer compras de comestibles a los ancianos de su comunidad. ¡Qué magnífico testimonio! Alimentar a los hambrientos es otra Obra de Misericordia Corporal. Otros se ofrecen en el voluntariado contra incendios. ¡Qué agradecidos estamos con ellos durante la temporada de incendios forestales en California! Otros están ayudando a brindar refugio a los evacuados de los incendios.  Proporcionar refugio: otra Obra de Misericordia Corporal.

Somos conscientes y estamos agradecidos con tantas personas en nuestra comunidad que arriesgan su propia salud y seguridad al trabajar por nosotros – esos “trabajadores esenciales” en hospitales, campos, fábricas, tiendas de comestibles, etc. Muchos en nuestros campos, plantas de procesamiento de alimentos, y las tiendas de comestibles han sido infectados por el Coronavirus. No solo hay que estar agradecidos con ellos porque proveen comida para nuestras despensas, ¡debemos orar y abogar por ellos, por su protección!

Continuemos haciendo el trabajo de la humanidad y el Cristianismo durante esta pandemia. ¡Necesitamos una sociedad más humana, de amor y misericordia! Mientras oramos juntos con las palabras de nuestra Plegaria Eucarística: “Abre nuestros ojos para que conozcamos las necesidades de los hermanos; inspíranos las palabras y las obras para confortar a los que están cansados y agobiados; haz que nos sirvamos con sinceridad, siguiendo el ejemplo y el mandato de Cristo. Que tu Iglesia sea un vivo testimonio de verdad y libertad, de paz y justicia, para que todos los hombres se animen con una nueva esperanza” (PEDCIV).

Trabjando desde Casa: Consecuencias Imprevistas

Ha sido una bendición durante esta pandemia que tantos puedan trabajar desde casa. Esas personas han podido mantener su empleo, contribuir a la sociedad de diversas formas, y pasar más tiempo con la familia. Sin embargo, algunas consecuencias negativas de trabajar desde casa se hicieron evidentes rápidamente, en particular la difuminación de los límites entre el trabajo y el hogar. Hasta cierto punto, tanto la vida laboral como la familiar se han visto afectadas, especialmente para los padres de niños en edad escolar. Me han preocupado especialmente los padres que trabajan desde casa mientras supervisan a los niños durante su aprendizaje virtual. ¡Esto debe ser tremendamente difícil y estresante! Si bien muchas personas han hecho de la multitarea un ritmo regular de sus vidas, la multitarea durante esta pandemia parece haber llegado a un punto de inflexión. Ha afectado la salud física y mental de las personas, con el efecto añadido de hacernos menos eficaces. Rezo para que nuestras familias puedan encontrar un equilibrio adecuado y saludable en sus vidas, particularmente durante esta pandemia, que ha traído más estrés a nuestras vidas. Y los invito a orar por los niños y adultos cuyo ambiente familiar puede exponerlos al peligro, a la posibilidad de negligencia o abuso, e incluso a la inseguridad alimenticia.

El Culto durante la Pandemia: Guardar el Día del Señor  

Conforme la multitarea en el hogar se convierte en parte integral de nuestra cultura y nuestras vidas, me pregunto si ha afectado nuestro sentido de lo sagrado y nuestro compromiso de guardar el Día del Señor como un momento de adoración, de descanso y de solidaridad, especialmente porque hemos pasado a la Misa en línea durante la pandemia. Reconociendo que todos somos miembros de una generación multitarea, ofrezco este mensaje del Día del Trabajo como una oportunidad para reflexionar colectivamente sobre cómo podemos hacer tiempo en nuestras vidas ocupadas para lo sagrado: para conectarnos con Dios y con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

Aunque no es siempre el caso, hay momentos en que su hijo, su cónyuge, un amigo querido o incluso un extraño necesita toda su atención. Debemos concederle ese tiempo y espacio escuchándolo y con nuestras acciones. Nuestra alma se agranda al hacer espacio para alguien, lo que le permite contar su historia, quitarse un peso de encima, conectarse con alguien que se preocupa. Como Cristianos, somos mejores cuando dedicamos tiempo y espacio a lo sagrado, a conectarnos con Dios y con nuestra comunidad, la Iglesia. No adoramos porque Dios necesita nuestra alabanza, sino porque la adoración nos recuerda a nuestra relación filial con el Dios que nos creó, nos redimió y nos sostiene con su amor y gracia, y nuestra relación familiar con el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.

El Día del Señor

Jesús resucitó de entre los muertos en un domingo y así comenzó una nueva era en la historia humana, una era de esperanza, de gracia y de redención- por lo tanto el domingo se conoce como el Día del Señor. El Catecismo de la Iglesia Católica señala que “la celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia” (2177). El domingo es un día de adoración, de descanso y de solidaridad, un día que santificamos mediante la oración, las obras de caridad y dedicando tiempo aparte del trabajo para nutrir las relaciones vitales en nuestras vidas.

A partir del 14 de marzo de 2020, cuando suspendimos las liturgias públicas en la Diócesis de San José debido a la pandemia, dispensé a los Católicos de la Diócesis de la obligación de asistir a Misa hasta nuevo aviso. Incluso con la apertura limitada de misas públicas al aire libre, esa dispensación permanece en vigor hasta nuevo aviso.

Cuando emití una dispensa general de la Misa Dominical, animé a nuestros feligreses a seguir las Misas transmitidas en vivo en línea y a orar desde sus hogares. Muchos lo han continuado y otros han comenzado a regresar a las misas al aire libre en nuestras parroquias. Estoy muy agradecido con nuestro clero y líderes parroquiales que han hecho lo posible para realizar este nuevo entorno.

Es cierto que la dispensación elimina la obligación, pero existe una necesidad fundamental como personas de fe de conectarse con Dios y su Iglesia. La oración de San Agustín nunca pasa de moda: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” Esta oración breve y perspicaz nos da a entender que la adoración, el descanso, y la solidaridad están fundamentalmente conectados. La adoración nos ayuda a confirmar nuestra relación con Dios y el cuerpo de creyentes, la Iglesia. También nos ayuda a mitigar la inquietud. Existen pocas cosas más tranquilizantes y determinantes para la salud física y mental de los niños que saber que son amados. Como hijos de Dios, necesitamos esa conexión con Dios dentro de la adoración, en los momentos sagrados, para que nosotros también estemos tranquilos en mente, cuerpo y espíritu. A continuación, ofreceré algunas sugerencias para la adoración y el mantenimiento de nuestra vida espiritual durante esta pandemia.

Con respecto al descanso y el tiempo libre, el Catecismo de la Iglesia Católica señala lo siguiente, “Así como Dios ‘cesó el día séptimo de toda la tarea que había hecho’ (Gn 2, 2), así también la vida humana sigue un ritmo de trabajo y descanso. La institución del día del Señor contribuye a que todos disfruten del tiempo de descanso y de solaz suficiente que les permita cultivar su vida familiar, cultural, social y religiosa” (2184). Por lo tanto, el Día del Señor no se trata solo de adoración, sino de cultivar nuestras relaciones con los demás: nuestra familia, nuestra comunidad. Las obras de misericordia también son especialmente apropiadas en el Día del Señor, por estas mismas razones. Así confirmamos nuestras relaciones con nuestros seres queridos, nuestros vecinos, y nuestras comunidades.

Algunas Sugerencias Prácticas

Durante esta pandemia, reconozcamos nuestra hambre por la Eucaristía. Aquí les ofrezco algunas sugerencias prácticas para guardar el Día del Señor durante esta pandemia:

  1. Reserve un tiempo específico e incluso un espacio para la oración; El identificar un lugar y un momento en particular para la oración nos ayuda a marcar esos momentos y espacios como sagrados;
  2. Reserve momentos para la conversación familiar, tal vez durante la comida del domingo;
  3. Tome tiempo para llamar a los amigos y familiares;
  4. Conéctese con su parroquia para la Misa Dominical, ya sea virtualmente o en persona;
  5. Reserve tiempo para la meditación en silencio; solo cinco minutos por la mañana pueden marcar una gran diferencia en la forma en que responde a los eventos durante el día; le puede ayudar con su actitud, su temperamento hacia los demás y ante situaciones difíciles;
  6. Ore antes de comer;
  7. Dedique tiempo a las obras de misericordia, sean espirituales o corporales; benefician no solo al que los recibe, sino también a nosotros;
  8. Como Cristo realmente está presente en su Palabra, los feligreses se nutren de leer y reflexionar sobre las Lecturas de la Misa Dominical; puede tener conversaciones cara a cara o virtuales, y puede compartir las frases de las Escrituras que le tocaron el corazón;
  9. Como Cristo realmente está presente en los miembros de su Cuerpo, los feligreses se nutren del encuentro con Cristo dentro de la comunidad parroquial, así como en el encuentro con los más vulnerables; este domingo el Evangelio nos recuerda, “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (MT 18:20); nos acercamos a los demás cuando usamos todos los medios de comunicación disponibles;
  10. Aunque no podemos celebrar la Misa los domingos, aún podemos mantenernos fieles a los dos patrones que forman la base de la Eucaristía: la acción de gracias y la intercesión. El domingo es el momento ideal para reflexionar sobre las bendiciones y experiencias de la semana anterior y para agradecer y alabar a Dios por la gracia de estos encuentros divinos.
  11. Como discípulos fieles, pasamos de la acción de gracias a la intercesión. Oramos por las necesidades de nuestra propia Parroquia y las de la Diócesis, y por todas las necesidades de nuestros hermanos y hermanas que están oprimidos en el mundo entero.
  12. Y recordamos que toda Misa ultimadamente lleva a la misión. Antes de que se termine el tiempo sagrado del Día del Señor, nos tomamos un momento para comprometernos con la misión particular que Dios pone ante nosotros, con el trabajo que nos corresponde con nuestra familia, nuestro lugar de trabajo, nuestro vecindario, y nuestra comunidad en unión con Cristo Resucitado quien trabaja continuamente para redimir al mundo.

 

Suyo En Cristo,

Reverendísimo Oscar Cantú