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Queridos Hermanos y Hermanas en Cristo,

¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya!

¡Una Feliz Pascua para todos!

En 2016, el Papa Francisco elevó la Memoria de Santa María Magdalena en nuestro calendario litúrgico al rango de Fiesta. Al hacerlo, llamó la atención sobre su importancia en la misión de la Iglesia de llevar las buenas nuevas de Cristo al mundo. El nuevo Prefacio de la Plegaria Eucarística de la Misa de este día festivo se refiere a Santa María Magdalena únicamente como “apóstola de los Apóstoles.” Recuerda que ella no sólo “lo vio morir en la Cruz,” sino que “fue la primera en adorarlo” cuando lo encontró en el jardín junto al sepulcro. Su historia es un poderoso recordatorio para todos nosotros sobre la importancia de compartir nuestros encuentros con Jesús.

Desde la publicación del nuevo plan pastoral diocesano en diciembre, los sacerdotes y líderes laicos de nuestra diócesis han estado reflexionando sobre una de las preguntas esenciales de nuestro Plan Pastoral: ¿Cómo podemos convertirnos en una iglesia realmente más acogedora? Una respuesta crítica a esta pregunta es que cada uno de nosotros comparta con los demás lo que hemos experimentado, es decir, el Cristo resucitado. Esto es precisamente lo que hizo Santa María Magdalena.

Imaginemos por un momento cómo se habría sentido María al encontrarse con Jesús recién resucitado y al recibir el encargo de llevar esa noticia a los Apóstoles. Personalmente, me imagino a una María alegremente extasiada, abrumada por el misterio y tratando de encontrarle sentido a la resurrección de Jesús. Sólo podemos adivinar la expresión de su rostro y sus gestos mientras compartía con los Apóstoles la noticia de la resurrección de Jesús y su encuentro con él. ¡Debe haber estado radiante!

¿Qué ven los demás en nosotros? Aunque es posible que no hayamos visto a Cristo resucitado en carne viva como ella lo vio, lo encontramos diariamente a través de la oración, el servicio a los demás, los sacramentos y especialmente la Eucaristía. ¿Acaso ese encuentro con Cristo resucitado nos trae paz, alegría y generosidad (algunos de los frutos del Espíritu Santo)? ¿Transmitimos esa alegría o paz en nuestras interacciones con los demás a través de nuestras expresiones, gestos, voz, etc.?

Reconozco que no siempre irradio la paz o la alegría de Cristo, pero Santa María Magdalena me llama a hacerlo. La Iglesia nos llama a cada uno de nosotros a esforzarnos por irradiar la esperanza y el amor que tenemos en Cristo, incluso frente a la adversidad, y eso requiere esfuerzo y práctica intencional.

Mientras trabajamos para convertirnos en una iglesia más acogedora, recordamos las palabras motivadoras de San Pedro: “Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes” (1 P 3,15). Nuestra razón de ser una iglesia acogedora no se basa simplemente en nosotros mismos, ¡sino en Aquel que resucitó de entre los muertos! Antes de que podamos sinceramente dar la bienvenida a otros al misterio y la bienaventuranza de la comunión de la Iglesia, permitamos que nuestro propio encuentro con Cristo penetre en nuestros corazones y conciencia para que podamos proclamar verdaderamente con Santa María Magdalena: “¡Aleluya! ¡El Señor ha resucitado! ¡Aleluya!” a todos los que nos encontramos.

 

Están en mis oraciones,

Obispo Oscar Cantú

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