Junio 18 de 2018
Queridos hermanos y hermanas.
Estamos a cientos de millas de la frontera, sin embargo, lo que sucedió a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México en las últimas semanas tiene un impacto directo en nuestra propia persona. Las imágenes de niños llorando, separados de sus madres, y la angustia de las madres cuyos bebés han sido quitados de sus brazos han aumentado la ansiedad y el temor de las madres y los niños que viven aquí en muchas de nuestras parroquias y vecindarios. Les escribo para asegurarles que nos unimos a ustedes, que apoyamos los esfuerzos de la Iglesia para mantener a las familias unidas y para reunir a las que se han separado.
La separación de los niños menores de edad deteniendo a sus padres no es estadounidense, no es cristiano y es inhumano. Esta práctica es mezquina y traiciona la tradición de bienvenida de nuestra nación a los migrantes y refugiados. Aunado a esto, la decisión del Fiscal General de Estados Unidos de negarles la bienvenida a las víctimas de violencia doméstica y de pandillas es una nueva traición a los valores que hasta ahora han caracterizado la política de inmigración de los Estados Unidos. El intento del Fiscal General de justificar estas acciones citando la Carta de San Pablo a los Romanos es una traición final a los principios milenarios. La obediencia ciega al estado nunca ha sido la marca de nuestra democracia, que históricamente se ha caracterizado por el discurso civil y el compromiso.
De hecho, los primeros cristianos a menudo estaban en desacuerdo con la sociedad secular y el gobierno. Cuando se le preguntó acerca de la lealtad al Imperio Romano, Jesús instruyó a sus seguidores a “Devuelvan pues, al César las cosas del César, y a Dios lo que corresponde a Dios””. (Mateo 22:21). A medida que el mensaje cristiano comenzó a afianzarse, las primeras comunidades de creyentes se encontraron en un profundo conflicto con el gobierno Romano. Por lo tanto, es una perversión de la Escritura enseñar que el pueblo de Dios debe obedecer ciegamente al gobierno, incluso cuando el gobierno está promulgando leyes injustas. Creemos que la práctica bárbara del Departamento de Seguridad Nacional de separar a los niños de sus padres carece de justicia, caridad y compasión. Esta política debe ser vigorosamente opuesta. Como lo enseñó San Agustín. “Una ley injusta no es ley en absoluto”.
No podemos perder lo que está en el corazón de esta tragedia: el hecho de que hay niños y familias en la mira de las acciones de nuestro gobierno y que el trauma que sufren estos niños tendrá efectos a largo plazo en su bienestar espiritual, emocional y físico.
Alentamos al Congreso a que arregle nuestro sistema de inmigración roto, para cumplir las promesas hechas a los niños que fueron traídos a los Estados Unidos (“destinatarios de DACA”). Y para incluir el bien de las familias en sus deliberaciones.
Para terminar, recordemos las palabras dirigidas a los israelitas en su viaje por el desierto: “No opriman a los extranjeros, pues ustedes saben lo que es ser extranjero. Lo fueron ustedes en la tierra de Egipto”. (Éxodo 23: 9). Y tratemos con compasión a aquellos que hoy tocan las puertas de nuestros corazones.
Con mis mejores deseos y bendiciones.
Sinceramente de ustedes,
Patrick J. McGrath
Obispo de San José